La consulta sobre revocación de mandato, una suerte de referendo que intenta emular los mecanismos de una democracia participativa en un sistema de partido de pluralismo limitado francamente podrido, ha resultado una planta exótica en suelo constitucional que, en vez de meter ruido, ha ocasionado un verdadero sonidero en los patios interiores de la accidentada democracia mexicana. De acuerdo con el artículo 33 de la Ley Federal de Revocación de Mandato, hecha a toda prisa y sin el cuidado de la técnica legislativa que un proyecto de semejante naturaleza requiere, durante 65 días naturales todas las instituciones del Estado mexicano deberán guardar sepulcral silencio:
“Durante el tiempo que comprende el proceso de revocación de mandato, desde la emisión de la Convocatoria y hasta la conclusión de la jornada de votación, deberá suspenderse la difusión en los medios de comunicación de toda propaganda gubernamental de cualquier orden de gobierno”.
Una porción normativa que, desde luego, el presidente López Obrador se pasó por el arco del triunfo desde el primer fin de semana de la veda electoral, no sólo invitando a Pedito Sola desde el púlpito de La Mañanera a expresar sus inconformidades en la mentada consulta -a propósito de un tweet que el comentarista de espectáculos tuvo que borrar-, además presumiendo sin menoscabo los logros de Víctor Manuel Lamoyi al frente del Banco del Bienestar, pasando por las pensiones para los adultos mayores, así como las proezas de los “artistas de la construcción” bajo la batuta de Luis Cresencio Sandoval, secretario de la Defensa Nacional, en las obras del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles; este lunes muy temprano el mandatario hasta expresó su preocupación por la transmisión de la inauguración del juguete nuevo de la 4T el próximo 21 de marzo: “puede ser que se inaugure sin que yo hable”.
Más allá de la actitud beligerante del presidente frente a una ley que Morena impulsó con toda su fuerza en San Lázaro, más allá de calenturas populista y tentaciones autocráticas tan inherentes al discurso cotidiano de Palacio Nacional; hay costumbres malsanas que parece que este país no acaba de desterrar: 45 años de reformas electorales en México y los legisladores siguen apostando por una democracia partimonialista, secuestrada por los partidos y por las instituciones, desconfiando del criterio y de la inteligencia de la ciudadanía; “al votante promedio hay que cuidarlo” para que la propaganda gubernamental no influya en sus decisiones, para que el canto de las sirenas no lo vaya a embaucar; dice el metatexto de cada ocurrencia electorera. Desde luego la democracia no es cosa de niños, de parvulitos que debes cuidar porque son lo suficientemente inocentes o demasiado imbéciles para diferenciar la realidad de las propaganda gubernamental. ¿Cuándo tendremos en México una normatividad electoral que nos trate como adultos, como ciudadanos perfectamente capaces de distinguir y de juzgar?
Por Enrique Huerta