Sin duda esta ha sido una extraordinaria semana para Xóchitl Gálvez. No precisamente por su audiencia privada, celebrada con el Papa Francisco en la Ciudad del Vaticano; mucho menos por el éxito rotundo de su gira por España; tampoco porque, por primera vez en lo que va del proceso electoral, una encuesta –México Elige– reconoció que la distancia real entre la primer y segunda fuerza presidencial ronda los 8 puntos, con un margen de error de +/- 1.4 por ciento; menos aún debido a que logró desenmascarar el clasismo y la hipocresía profunda de Palacio Nacional, cuando un mandatario que no habla inglés intentó burlarse de su mensaje en el Wilson Center.
La semana fue redonda para Xóchitl Gálvez porque, además de todo eso, poco a poco ha logrado arrebatarle el monopolio de la discusión pública a Andrés Manuel López Obrador que ya reacciona, desde el púlpito de La Mañanera, cada vez con más desesperación y frecuencia a los dichos y los hechos de la candidata de “Fuerza y Corazón por México”.
La intromisión presidencial en la contienda, que ha motivado una nueva marcha en defensa de la democracia -a llevarse a cabo el próximo 18 de febrero en más de cien ciudades del país-, se debe a una falla intrínseca que nadie en Morena puede negar: la ventaja estadística de Claudia Sheinbaum pende de un hilo debido a que ha fracasado en el templete, en los spots de radio y televisión, en el podcast, en el TikTok pero, sobre todo, en la calle. La candidata no conecta ni con los acarreados que con sigiloso afán costea el Movimiento de Regeneración Nacional.
De lo contrario, López Obrador no tendría que estar interviniendo para salvar a la 4T de “las garras de los conservadores” con todo y un “tutupiche” en el ojo derecho. Si la campaña funcionara Sheinbaum no tendría que estar impugnando la organización de uno de los debates del INE, porque no quiere voces críticas que filtren las preguntas, o dicho de manera más sincera: porque exige del árbitro la seguridad de un debate amañado.
Al respecto, a finales del año pasado –el 30 de noviembre para ser precisos–, en mi columna titulada “El extravío de Xóchitl”, le compartía a usted un problema que hoy es digno de consideración:
«¿Nos encontramos frente a una candidatura prefabricada por las astucia de Palacio Nacional? O simplemente, apelando a ‘una vieja regla del sistema’: Gálvez le está pasando factura su inexperiencia política, pues ningún candidato puede tener éxito en las presidenciales sin antes haber ganado por lo menos una gubernatura».
Al paso de los acontecimientos recientes podemos afirmar que Xóchitl aprende rápido, crece en la adversidad y tiene clara la estrategia mediática: invisibilizar a Sheinbaum e ir directo por la cabeza de López Obrador. ¿Le alcanzará con eso para mover el voto de los indecisos y ganar la Presidencia de México? Irremediablemente lo sabremos.
Por Enrique Huerta