Escuelita Bienestar

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Sendos e incendiarios debates han contaminado “las benditas redes” sociales. En esta ocasión el motivo que ha consternado a más de un padre de familia ha sido el proyecto a cargo de la Secretaría de Educación Pública (SEP) sobre los nuevos libros de texto gratuitos predispuestos a distribuirse para el próximo Ciclo Escolar 2023-2024 en todo el sistema educativo nacional.

Francamente nunca el uso de la “s”, al final de las conjugaciones de algunos verbos en la segunda persona del singular, ha generado tanto revuelo. En el citado proyecto de la SEP, expresiones como “voy a subir para arriba”, e incluso “dijistes” o “hicistes” efectivamente aparecen en el texto de Español diseñado para alumnos de Primer Año de Primaria. Y aunque el documento hace explícito que este es un uso coloquial del lenguaje, los usuarios saltaron como si estuviera mancillando El Quijote.

“Esta /s/ –dice el libro– aparece porque las personas buscan regularizar la forma del pretérito perfecto simple al del resto de los verbos en segunda persona (…) Es importante crear conciencia entre los alumnos sobre el hecho de que las formas de hablar son variadas para evitar juicios por la forma de expresión”.

Más allá de la posición maniquea del “a favor” o “en contra”, propia de los absolutos ideológicos de nuestros tiempo; una pregunta merece ser planteada: ¿por qué elevar a los altares de la educación lo incorrecto en el manejo del lenguaje sin hacer explícito que, ese uso efectivamente popular, es inadecuado y merece ser sancionado?

La lingüística no es una ciencia, y mucho menos la pedagogía. No obstante, ambas disciplinas aspiran a un régimen conceptual –convencional, para el caso concreto del lenguaje– que no admite contradicción. Así como en matemáticas 5 por 5 no puede ser 24; en la lengua de Cervantes tampoco podemos escribir “bayas”, para referirnos a la estructuras metálicas que coloca Palacio Nacional para recibir a todo mexicano que, a juicio de López Obrador, no es parte del “pueblo bueno y sabio”.

La distinción entre lo correcto y lo incorrecto, que siempre atañe al régimen de las cosas, y que debe estar presente en las aulas en cualquiera de sus niveles educativos no está relacionada con la dimensión de lo “bueno” o lo “malo”; la escuela afortunadamente no es la Iglesia. ¿Qué sentido entonces tendría reconocer el uso social del “dijistes” –cuya subsistencia, dicho sea de paso, exhibe el fracaso del sistema educativo–, cuando previamente los estudiantes lo reconocen porque lo han escuchado en casa, en el mercado o, si son más afortunados, únicamente en La Mañanera del presidente López Obrador?

¿Cuál es la lección detrás de la incorporación de la incorrección en los libros de texto? La legitimidad de la costumbre popular sobre la convención idiomática y social. Lo que quiere decir que si una masa palurda y precarizada lo dice, ¿debemos entonces respetar el derecho a la diferencia y al error que conlleva? ¿Acaso esa es la función social de la escuela?, ¿el reconocimiento del mundo sin el sentido de su civilización.

Por Enrique Huerta