La Suprema Corte de Justicia de la Nación es el último resquicio de la República, y hoy se ha convertido en la única pieza del sistema capaz de resistir contra una poderosa embestida autocrática que, lejos de afianzar derechos y garantías, nos está llevando a retrocesos tan peligrosos como antidemocráticos.
¿Cuándo se había visto que hordas enteras de legisladores se pronunciaran a favor de “no quitarle una sola coma al proyecto del señor presidente”? En la era del viejo PRI, sin duda. ¿Cuándo habíamos visto aspirantes a cargos de representación popular, como recientemente el morenista Alejandro Armenta, que respaldara una batería de reformas constitucionales por el sólo hecho de que AMLO las presenta, horas antes de hacerse públicas y poder analizar su contenido? En los tiempos de la lealtad zalamera de la Cuarta Transformación.
Coincido con el análisis que ya circula en la opinión pública. Este 5 de febrero López Obrador convirtió la reforma constitucional en una estrategia de campaña: “no tendrás pensiones dignas por culpa de los conservadores, de los prianistas… ” que todavía no se han pasado a Morena, faltaría agregar. Y para mala fortuna de todos, en un país como México, donde la educación fracasó estruendosamente: a nadie le preocupa si la locura de las pensiones es viable o cuánto tendría que gravarse a la población económicamente activa para hacer realidad esos derechos; sólo importa la inmediatez.
En ese sentido, para que no haya fallas en el proceso de reconstrucción autoritaria, para que nunca nadie le corrija la plana a la 4T: Andrés Manuel quiere elevar al populacho a la Suprema Corte de Justicia eligiendo a los ministros por voto popular directo. Una fantasía tropical imposible de llevarse acabo, pues Morena y sus aliados no tienen la mayoría constitucional en las Cámaras de la Unión, y tampoco las tendrán después de la elección.
Lo único cierto en todo esto es que el presidente López Obrador, en pleno aniversario de la Constitución, ya “les tiró línea” a los diputados y senadores de la Cuarta Transformación, incluso a los morenistas y petistas que lleguen a triunfar en las urnas del 2 de junio próximo. Ahora dígame usted, ¿si esto es o no un intento de Maximato de nueva generación?
P.D. Quisiera traer a cuenta el último párrafo de mi columna “Fuera máscaras”, publicada el pasado 9 de noviembre:
«Increíblemente en el ocaso de la República todo se ve más claro: los ataques mediáticos a la judicatura federal, la desaparición de los fideicomisos, la puntada del voto directo para la elección de jueces y magistrados, y la campaña del “Plan C” para lograrlo son el conjunto de engranes de un rompecabezas que intenta restaurar el autoritarismo del pasado, basado en la fusión del partido oficial, el Estado y la Constitución».
Tristemente, no nos equivocamos.
Por Enrique Huerta