La Pandemia Sin Fin

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Por Enrique Huerta

¿Cuándo terminará la pesadilla del Covid-19 en México? Esa es una pregunta que a muy pocos nos importa. El Gobierno de la 4T “domó la pandemia y aplanó la curva” desde abril de 2020; gracias a los buenos oficios del Dr. Muerte la estrategia sanitaria ha sido una ficción lejana a la bioética y emparentada con la negligencia genocida; la anécdota es conocida y para la desgracia de miles de familias se trata de una historia fúnebre: los mexicanos que se presentan con cuadros leves de coronavirus en el IMSS y en el ISSSTE, independientemente de su edad o comorbilidades, los mandan a reposar la enfermedad a su casa con una caja de paracetamol en las manos, si por desgracia la situación se agrava los enfermos regresan a los hospitales cuando el riesgo es grande y poco puede hacerse. ¿Cuál es el objetivo? Difundir informes que siempre cuenten con camas vacías y ventiladores disponibles, retrasar artificialmente el colapso del sistema de salud pública, dejar el camino libre a la reactivación económica mientras en las calles se produce una falsa sensación de normalidad que la población con brecha educativa es incapaz desenmascarar. Así fue como este país se convirtió, por negligencia estratégica, en una inmensa fábrica que ha producido medio millón de muertes asociadas al Covid-19.

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En diciembre pasado, justo cuando atravesábamos la noche más oscura de la pandemia –más de 22 mil contagios oficialmente reconocidos en sólo 24 horas-, arrancó la Campaña Nacional de Vacunación: “una luz al final del túnel” decíamos algunos, o al menos así queríamos verlo. Siete meses han pasado desde entonces, el destello pudo provenir de un faro potente pero la realidad optó por darnos una luminaria del Periférico: en su esquema completo la inmunidad proyectada por las farmacéuticas sólo ha alcanzado a 21 millones de mexicanos, a penas el 17 por ciento de la población nacional. En este estado de absoluta indefensión México llegó a la tercera ola de contagios provocada por un coctel de variantes: Delta, Alfa, Gamma y Épsilon; su velocidad de propagación es escalofriante, este país en sólo tres semana ha acumulado 113 mil 217 contagios oficialmente reconocidos.

Y ahora, ¿Qué hacemos? ¿Regresamos al confinamiento? ¿Mandamos a las criaturas a celebrar sus graduaciones a Los Cabos porque lo de Cancún ya está muy trillado? ¿Seguimos asistiendo a tantas bodas, bautizos, fiestas y reuniones podamos mientras esperamos la segunda dosis de Pfizer? ¿Confiamos en que las vacunas chinas nos salvarán de la ventilación mecánica asistida pero no de la enfermedad y sus secuelas? ¿Atiborramos los centros comerciales como si ninguna de sus firmas ofreciera sus productos en línea? ¿Optamos por el fervor anti-vacunas basado en la infinidad de idioteces disponibles en la red? O quizá, se me ocurre una mejor idea: nos entrevemos a controlar nuestros instintos, nos comportamos como los homo sapiens que somos, teniendo respeto por los muertos y empatía por los nuestros, asumiendo la responsabilidad individual que requiere el tamaño de la emergencia que enfrentamos.