“Soy el hermano pródigo, pero sin herencia”
Ricardo Monreal
Cual ex novio tóxico que por fin vislumbra una anhelada posibilidad, tras un sinnúmero de plantones, humillaciones y hasta florerías enteras tiradas a la basura, esta semana Ricardo Monreal festejó a los cuatro vientos el honrado título de “corcholata presidencial” otorgado por el gran elector de la sucesión: el presidente López Obrador.
Ya nadie, dentro o fuera de Morena, le pondrán decir al senador que es un aspirante de segunda o de tercera clase; bien que mal recibió su uniforme “de las grandes ligas” aunque la veda de chipilín aún persista y los desayunos en Palacio Nacional sigan brillando por su ausencia.
La escena es digna de un estudio de enajenación psicológica, una variante extraña del síndrome de Estocolmo, presidente versus presidenciable, una relación atravesada por la protección –aceptación– que ofrece el agresor y por el desprecio –necesidad de aprobación– de la víctima; otros dirían que estamos ante un caso típico de servidumbre voluntaria. Como quiera que sea, Monreal está feliz y por ahora hace oídos sordos al clásico que en estos casos siempre aplica: “amigo, date cuenta”.
Desde luego nosotros no estamos tan desesperados como el senador, y mucho menos tan inmersos como él en el ruedo morenista como para no darnos cuenta de dos falsedades por todos difundidas:
La primera. López Obrador no es el gran elector de este proceso de sucesión, en todo caso es el gran anfitrión –casi digo conductor de un espectáculo decadente–.
Día tras día las revelaciones de guacamaya leaks vuelven cada vez más contundente la siguiente afirmación: la decisión sobre la sucesión está en los generales de división, pues el militarismo burocrático extemporáneo que cuidadosamente han alimentado a lo largo de los años de “la Cuarta Transformación” ha convertido, al alto mando militar, en una jefatura de Estado en formación. En consecuencia, si la Sedena está en deuda con alguna corcholata, no es precisamente con un senador con ropajes de profesor universitario, sino con Adán Augusto López y su buen desempeño como cabildero del “pueblo uniformado”.
La segunda. No es el jersey “corcholatero” lo decisivo en el partido, sino los integrantes del equipo y hasta la porra misma aquello que definirá el triunfo en la liguilla presidencial. Aún no llegamos a cuartos de final y los aliados de Monreal en los estados son un verdadero “Club de Toby”, un grupo de irreconciliables, incapaces de tender alianzas con el resto de las coaliciones al interior del partido.
El caso local es ejemplar. ¿Acaso ve usted a los primos Mier Velasco y Armenta Mier estrechando lazos, unidos como hermanos cuando el partido, –según– por la vía de la encuesta interna, designe al candidato a la gubernatura que definirá el destino de Morena en Puebla en 2024? ¿Tendrá alguna posibilidad, dentro del partido de López Obrador, el senador Armenta Mier si el candidato presidencial de Regeneración Nacional resulta ser Adán Augusto López?
Ya no hablemos si #EsClaudia, como a todo mundo se le ha hecho creer, ahí las posibilidades del presidente de la Mesa Directiva de Senado de la República se resumen a una en un millón. Seamos sinceros: Monreal, “el hermano pródigo”, tarde o temprano abandonará “el lado correcto de la historia” y, “sin herencia”, buscará su propia suerte.
Por ahora todo es miel sobre hojuelas. Estamos cerrando la primera quincena de octubre de 2022 y el proceso electoral comienza hasta septiembre de 2023, y no votaremos por presidente de México hasta junio de 2024. Falta un largo trecho para el inicio formal de las precampañas –lo que hoy experimentamos son “las pre-precampañas”– y mientras tanto, todas las corcholatas locales y nacionales son hermanas y hermanos, amigos todos. Pero ¿cuánto tiempo tendrá que pasar para que “se peleen por los terrenos del abuelo”?
Por Enrique Huerta