Adriana Smith, una enfermera y madre de 30 años de edad, fue declarada con muerte cerebral en febrero tras sufrir una emergencia médica. Sin embargo, sigue conectada a máquinas en un hospital de Atlanta, no por esperanza de recuperación, sino porque una estricta ley antiaborto de Georgia obliga a mantener su cuerpo funcionando para preservar la vida del feto que lleva en su vientre.
Todo comenzó hace tres meses, cuando Adriana, embarazada, acudió al Hospital Northside de Atlanta por fuertes dolores de cabeza. Le dieron medicamentos y la enviaron a casa. Pero al día siguiente, su novio la encontró jadeando, sin poder respirar. Una ambulancia la llevó de urgencia al Hospital de la Universidad de Emory, donde los médicos descubrieron coágulos en su cerebro, posteriormente fue declarada con muerte cerebral.
Actualmente tiene 21 semanas de embarazo, pero su fecha de parto está a más de tres meses. Si se desconectan los soportes vitales, el bebé morirá. Y según la familia, los médicos les han dicho que la ley de Georgia no les permite tomar esa decisión.
Georgia es uno de los estados con las leyes antiaborto más duras de Estados Unidos. Su normativa, conocida como la “ley del latido del corazón”, prohíbe interrumpir un embarazo una vez que se detecta actividad cardíaca en el feto, generalmente alrededor de las seis semanas.
Aprobada en 2019, la ley no entró en vigor hasta 2022, cuando la Corte Suprema federal derogó Roe vs. Wade, permitiendo a los estados prohibir el aborto. Ahora, doce estados lo prohíben en todas las etapas del embarazo, y otros tres, como Georgia, lo restringen después de las seis semanas.
Para la familia de Adriana, esta ley ha convertido su duelo en una agonía prolongada. “No podemos despedirnos, no podemos elegir”, lamenta su madre, April Newkirk, quien sigue visitando el cuerpo, en ocasiones acompañada su nieto de 5 años.
“Ella está embarazada de mi nieto. Pero puede que sea ciego, quizás no pueda caminar, puede que no sobreviva una vez que nazca”, dijo Newkirk.
