El legado de Barbosa

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“El día que él, (el gobernador Barbosa) tomó protesta, él dijo qué buscaba: buscaba la transformación de Puebla, buscaba que la Cuarta Transformación fuera una realidad en nuestro estado, él buscaba acabar con la corrupción (…) dijo no les voy a fallar, en Puebla se instalará una Cuarta Transformación real y la corrupción va a ser combatida”.
María del Rosario Orozco Caballero
Presidenta del Patronato del Sistema DIF del Estado de Puebla

Con un temple de acero y con la vehemencia que siempre le ha caracterizado, muestra del carácter de una mujer admirable, la señora María del Rosario Orozco dirigió un mensaje a todos los poblanos a un costado del féretro de su compañero de vida, Miguel Barbosa Huerta, gobernador del estado de Puebla.

Después de escucharla, ¿quién podría desacreditar la verdad detrás de semejantes palabras? Tristemente nadie en Palacio Nacional puede decir lo mismo, con la misma serenidad y autoridad moral que ayer escuchó el presidente López Obrador en el patio central de Casa Aguayo: el combate a la corrupción, el objetivo superior de la Cuarta Transformación, durante el gobierno de Miguel Barbosa fue una realidad en Puebla.

Me faltarían dedos en las manos para contar las detenciones y consignaciones que, en los últimos cuatro años, el Ejecutivo en coordinación con la Fiscalía General del Estado (FGE) ha orquestado para restaurar el Estado de Derecho y castigar los abusos, no sólo de los cómplices de los gobiernos anteriores, también de aquellos que sin pudor traicionaron la confianza de este gobierno que hoy, a pesar de la irreparable pérdida, está de pie y sigue su curso.

El estilo personal de Miguel Barbosa se ha convertido en su gran legado: hablar con todos, hablar de todo, pero desconfiar cada vez que fuera necesario. La confianza era la piedra angular de su administración, su gabinete entero está conformado con mujeres y hombres de su absoluta confidencia, cuando la perdían –nos los demostró varias veces– no era presa de la complicidad y mucho menos de la impunidad, sino de la más escrupulosa legalidad.

Barbosa era un gobernador sin filtro, nunca escondió sus preocupaciones y mucho menos sus animadversiones ante los compañeros de la prensa. Su honestidad radical en el manejo de la comunicación social no tiene precedentes en la entidad.

Siguiendo el dogma de la Cuarta Transformación abandonó “la ciudad prohibida” de Casa Puebla, abriendo sus puertas para el disfrute de todos los poblanos.

Su oficina no estaba en un edificio presuntuoso construido con la deuda pública de todos, sino en la austera Casa Aguayo donde todos los martes sacaba a su gabinete a desquitar el sueldo sin séquito y sin intermediarios.

Barbosa encabezó un gobierno que platicaba con la gente, él mismo era un gran conversador, gobernaba conversando sin distingo de partidos, pero con ideales y objetivos muy claros.

El gobernador Barbosa también era el jefe político de su partido en el estado. Posición que no llegó con el cargo sino que logró a base de consenso y esfuerzo. Hoy el barbosismo que le sobrevive no está huérfano porque el legado es inmenso.

Descanse en paz.

Por Enrique Huerta