Es 8 de marzo, el día en que las mujeres de Puebla salen para apoderarse de las calles; esas calles que tanto las intimidan y las hacen sentir inseguras el resto del año.
Algunas que tuvieron la oportunidad, recortaron sus actividades escolares y laborales para acuerpar la marcha que tuvo como punto de reunión el emblemático “gallito” del Paseo Bravo.
Minutos antes de las 17:00 horas, en la explanada ya predominaban pañuelos verdes y morados, pancartas con consignas que también se hicieron canciones durante el recorrido.
Entre las personas que iban llegando, destacó una mujer que portaba un uniforme de enfermera y cargaba sobre sus hombros a su hijo de tres años; no le dio tiempo de cambiarse, porque no quería llegar tarde.
Una vez en el lugar, se incorporó al contigente que fue designado para madres con crías. Tomándolos de la mano, en carriolas o montados en carritos de juguete, las mujeres quisieron que sus hijas e hijos también formaran parte del movimiento.
“¡Apúrate, ya van avanzando!” “Ahorita que salgamos, corres”, decían dos jóvenes menores de 20 años, que esperaban ansiosas poder bajar del metrobus para incorporarse a la marcha que empezó a avanzar con rumbo al Zócalo.
Como una lucha que abraza y acompaña a todas las expresiones y causas, las organizadoras feministas decidieron que el primer contingente estuviera encabezado por la familia de Paulina Camargo Limón, quien se encuentra desaparecida desde el 25 de agosto del 2015.
Una lona con la fotografía de Paulina, la misma fotografía que aparece en todos los boletines de búsqueda desde hace casi siete años, era lo primero que observaban aquellos que permanecían sobre las banquetas expectantes.
A su paso por la Avenida Reforma, las participantes gritaban y aplaudían a una mujer que sostenía una bandera de la comunidad trans mientras les manifestaba su apoyo y sororidad desde fuera: Gabriela Chumacero.
Ese pequeño detalle, por insignificante que parezca, fue una clara muestra de que la mayor parte del movimiento incluye y reconoce a las mujeres diversas, a las disidencias, a las que luchan todos los días contra estigmas sociales.
Más adelante, se escuchó otra bulla de gritos y aplausos en señal de reconocimiento, que ahora iban dirigidos hacia una trabajadora que las observaba desde uno de los balcones.
Vestida con una blusa morada, la mujer les aplaudía y repetía, desde arriba, las mismas consignas que entonaban al interior de la marcha.
Las manifestantes la hicieron sentir parte de la lucha, comprendiendo que es una de las tantas mujeres que no tuvieron la oportunidad de acuerparlas porque sus horarios laborales se lo impidieron.
“¡Ojalá así nos cuidaran siempre! ¡Ojalá tantos policías hubieran estado cuando desapareció mi hermana!”, gritó con rabia una de las asistentes, cuando se percató de la presencia de elementos municipales que custodiaban los inmuebles.
“¡La policía no me cuida, me cuidan mis amigas!”, entonaron otras más, mientras pasaban frente a decenas de mujeres policías que fueron desplegadas a lo largo de varias calles.
Pero la presencia de la fuerza pública no fue impedimento para que, en aquellos huecos que quedaron libres, feministas con el rostro cubierto pudieran realizar algunas intervenciones de fachadas.
Al llegar al Zócalo, un grupo de mujeres encapuchadas pusieron su atención en unos tabloides de madera que se encontraban frente a Palacio Municipal, los cuales resguardaban la maqueta de bronce del Centro Histórico.
En menos de 10 minutos, con martillos y tubos, echabaron abajo el recubrimiento y rompieron los cristales que rodeaban la misma maqueta.
Mientras los contingentes seguían llegando, las organizadoras de la marcha se plantaron a un costado de la Catedral para iniciar con lo que, para muchas, fue el momento más difícil de la movilización.
Con la voz entrecortada, la señora Rocío Limón, madre de Paulina Camargo, pedía que no olvidaran a su hija, que al momento de su desaparición estaba embarazada.
Después de ella, familiares de Alisson Gabriela también se hicieron escuchar a través de un desplegado, en el que exigieron justicia por la pequeña de dos años que fue abusada sexualmente y asesinada por su padrastro.
“¡No están solas!”, les respondían a cada una de las mujeres que se animaron a hablar desde el micrófono, a contar sus historias personales sobre cómo el Estado les falló.
Luego oscureció. Algunas optaron por retirarse; otras por tapizar la plancha del zócalo con sus pancartas; otras por encender una fogata.
Todas, aprovechando que el 8M es suyo.
Por: Vera Fernández