Se estima que la mitad de los mexicanos padece hígado graso, una enfermedad silenciosa que ha crecido de forma sostenida en las últimas décadas. Muchos pacientes no presentan síntomas y el diagnóstico suele llegar por estudios de rutina o al investigar otras condiciones.
El fenómeno ya se percibe como un problema de salud pública que impacta a familias, clínicas y hospitales en todo el país.
Especialistas atribuyen el aumento a la combinación de obesidad, diabetes y síndrome metabólico. Dietas ricas en grasas y azúcares, el sedentarismo y factores socioeconómicos han favorecido la expansión del problema.
También existen componentes genéticos que predisponen a ciertos grupos, lo que complica las estrategias de prevención y detección.
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Si no se detecta a tiempo, el hígado graso puede evolucionar hacia inflamación, fibrosis y cirrosis, e incluso aumentar el riesgo de cáncer hepático.
Médicos y autoridades sanitarias recomiendan controles periódicos, especialmente en personas con sobrepeso, diabetes o antecedentes familiares. La detección temprana permite intervenciones que frenan el avance y mejoran el pronóstico.
Aunque aún no hay un fármaco aprobado que cure por completo la enfermedad, la investigación avanza. Ensayos clínicos en curso evalúan medicamentos que actúan sobre la resistencia a la insulina y la inflamación hepática; algunos estudios combinan tratamientos farmacológicos con cambios en el estilo de vida.






