La luz de los spots y la propaganda de las campañas contrasta con la opacidad en el manejo estadístico de las preferencias electorales. Aunque todavía ningún estudio demoscópico le ha dado el triunfo electoral a Xóchitl Gálvez por ejemplo, ninguno coincide en la distancia de su derrota que va de los 30 a los 7 puntos porcentuales.
¿Por qué no existe un consenso estadístico en torno al triunfo de Claudia Sheinbaum? La razón es simple: las casas encuestadoras se están prestando al juego de la propaganda y están elevando sondeos a rangos de estudios de opinión. En otras palabras nos están vendiendo gato por liebre. Retomemos lo que al respecto comentábamos en mi columna, titulada “WTF con las encuestas”, publicada el pasado 29 de febrero:
«¿Qué tan en serio debemos tomar una encuesta levantada en 1000 hogares, ubicados en 100 secciones electorales, publicada esta semana en El Universal y confeccionada por Buendía & Márquez? Su grado de fiabilidad dependerá del criterio de selección de las secciones en cuestión, pues si la metodología no incluyó los datos disponibles en los censos económicos del Inegi, y sólo se basó –como finalmente ocurrió- en una técnica probabilística para la asignación de los hogares donde se aplicó el cuestionario, resulta altamente probable que el estudio termine por sobrerrepresentar la intención del voto de los sectores con ingresos más bajos que, a causa de una educación precarizada y una alta dependencia de los programas sociales, suelen ser rabiosamente morenistas».
Bajo ese parámetro de muy poco sirve si la distancia entre las presidenciables es de 30 puntos –como aseguraba Buendía & Márquez hace un trimestre– o de 23, según su último informe. Ninguno de los dos casos, a falta de técnica muestral, es fidedigno. Y lo mismo ocurre en Puebla, pero “más barato”, como diría el entrañable Dr. Simi. Tomemos un caso concreto:
Según Campaigns & Elections, en su estudio elaborado el 5 de marzo pasado, Pepe Chedraui y Mario Riestra se encuentran en empate técnico pues sólo dos puntos los separan de la victoria. El problema radica en que la encuestadora basó sus números en 400 llamadas telefónicas robotizadas, con un margen de error que no pasaría ninguna técnica inferencial, equivalente al 4.9 por ciento. ¿Habrán tenido la delicadeza de reproducir, en el muestreo de llamadas, la proporción de hombres y mujeres que componen el listado nominal de la capital? ¿La robotización sobrerrepresentó a algún grupo etario o, por el contrario, se adecuó a la distribución demográfica que presenta el municipio de Puebla, según datos del Inegi?
Claramente todas las respuestas a esas preguntas son negativas, al grado que en su siguiente estudio –publicado el 19 de marzo- bastó que aumentaran de 400 a 600 llamadas para que convirtieran el supuesto “empate técnico” en 6.9 puntos de distancia con un margen de error altísimo del 4.3 por ciento. Dejemos la técnica estadística, y hablemos claro: la principal función de Campaigns & Elections consiste en prefabricar un perfil tan escasamente competitivo como el de Mario Riestra, construyendo en escasos catorce días y sin un solo acto de campaña, la idea ficcional del triunfo robotizado.
Qué sería de las ilusiones de los políticos de Puebla si no existieran “las encuestas”.