
La crisis climática está provocando un deshielo acelerado en la Antártida que libera contaminantes orgánicos persistentes (COPs) atrapados durante décadas en el hielo. Estos compuestos, incluidos pesticidas y bifenilos policlorados prohibidos por el Convenio de Estocolmo desde los años noventa, vuelven al entorno marino y atmosférico conforme los glaciares retroceden.
Los COPs llegaron al continente antártico impulsados por corrientes atmosféricas y se acumularon en capas de hielo alrededor de la bahía Flandes, próximo a varias estaciones científicas. Ahora, al derretirse ese hielo, estos tóxicos retornan directamente a la cadena alimenticia marina, poniendo en riesgo la fauna que depende de un ecosistema extremadamente frágil.
Además de los COPs, se están liberando metales pesados y subproductos de procesos industriales que también habían permanecido sellados en los glaciares. Estos contaminantes emergen en ríos y suelos costeros y pueden llegar a la atmósfera, expandiendo su impacto mucho más allá de la Antártida.
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Los primeros efectos documentados incluyen alteraciones hormonales en el fitoplancton, base de la alimentación marina antártica. Esa disrupción podría desencadenar desequilibrios en toda la red trófica, con consecuencias difíciles de prever a medida que siga aumentando la temperatura global.
Más de 450 científicos reunidos en la Conferencia Australiana de Investigación Antártica alertan sobre cambios sin precedentes en los ecosistemas terrestres y marinos. Instan a reforzar convenios internacionales, combinar la reducción de emisiones con protocolos de monitoreo de contaminantes y diseñar estrategias de descontaminación en territorios remotos antes de que la huella tóxica se extienda irremediablemente.
