Bastón de mando

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Como si se tratara de una república Yaqui, al presidente de México le urge hacer entrega “del bastón de mando” a la nueva ungida de la transformación. La premura se comprende porque, en los hechos, el sexenio terminó desde julio del año 2021; en mi columna titulada “Fin de sexenio” –publicada hace 26 meses– le confesaba a usted lo que sigue:

«Uno de los síntomas más evidentes del desgaste crítico de la figura de Andrés Manuel López Obrador queda evidenciado en un hecho innegable: el arranque de la carrera por la oficina central de Palacio Nacional tres años antes de la sucesión presidencial. La aclamación del pasado 1º de julio, en el Auditorio Nacional, “presidenta, presidenta” dirigida a la persona de Claudia Sheinbaum, así como las rechiflas de la militancia que acompañaron el discurso de Mario Delgado, no sólo son una muestra contundente de fracciones contrapuestas incapaces de convertirse en un partido político institucionalizado; además son el origen de una fractura en el primer círculo del lopezobradorismo destinada a irse agravando con el ocaso del sexenio».

El crepúsculo llegó con la figura del “carnal Marcelo” que, con un puñado de diputados del Partido Verde, una coalición insignificante de senadores de Morena, y prácticamente sin el respaldo de ningún gobernador de peso completo de la 4T, comparte la misma encrucijada que su mentor Manuel Camacho Solís hace 30 años: romper con Morena –con el PRI- o sabotear a Sheinbaum –a Zedillo– desde dentro.

Cómicamente todo México sabía que Ebrard no iba a ser el candidato, excepto Marcelo mismo. En otra columna titulada “Más sobre le juego de las corcholatas” –julio de 2021–, adelantábamos una pregunta que con el paso del tiempo resultó francamente obvia:

«¿Por qué Ebrard está dispuesto a romper con Morena en caso de no verse favorecido con la candidatura presidencial en 2024? Por la sencilla razón de que Marcelo, a diferencia de Claudia Sheinbaum, ha alcanzado el cénit de su carrera política».

Después de hacer un recorrido puntual por la trayectoria del político en cuestión, desde sus tiempos de aprendiz de “delfín” con Camacho Solis hasta su exitoso desempeño en la cancillería de Relaciones Exteriores, llegamos desde hace dos años a una conclusión premeditada:

«Ahora dígame si hay alguna posibilidad de que Ebrard –por tercera vez– decline sus aspiraciones a favor de los caprichos de López Obrador. El canciller estará en la boleta presidencial del 2024 con o sin Morena, pues en México lo único que le queda por ambicionar es la oficina central de Palacio Nacional».

Quizá a esta hora que usted tiene el periódico en sus manos, y que “el bastón de mando” ya tiene dueño se haya resuelto el dilema: ¿romperá Ebrard con López Obrador o boicoteará a Sheinbaum bajo los términos de una lealtad ficcional? Irremediablemente lo sabremos.