El desabasto generalizado de medicamentos en el sector salud no es un problema heredado por “los gobiernos anteriores”. Durante 2017, el penúltimo año del sexenio de Enrique Peña Nieto, se surtieron parcialmente 477 mil 362 recetas médicas; mientras que en 2022 esa cifra se elevó a 1 millón 726 mil 803 en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Para infortunio de todos el sexenio de Andrés Manuel López Obrador está marcado por estantes vacíos en las farmacias del sector, resultado catastrófico de la combinación de al menos dos elementos:
1. Un subejercicio en el gasto público en materia de salud en el marco de la mal llamada “austeridad republicana”, pues según datos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) en 2022 la inversión pública en este rubro alcanzó el 2.9 por ciento del PIB, una caída de 0.14 puntos con respecto a 2021 cuando el gasto fue de 3.05 por ciento.
2. La extinción del modelo de “compras consolidadas” que trasladó del IMSS a la SHCP, y más tarde al extinto Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), la tarea de satisfacer la demanda de medicinas por parte de los derechohabientes separando, por primera vez, la distribución de la compra de los productos farmacéuticos.
Es aquí cuando aparece, al tener problemas con las cadenas de distribución, la necesidad de la Mega Farmacia del Bienestar, un espacio inmenso donde depositar medicamentos en espera de ser suministrados, y que hábilmente la propaganda del régimen ha presentado como la solución milagrosa del desabasto.
Normalmente los gobiernos se aprovecha de la ignorancia de su base electoral. No obstante, López Obrador ha llegado al exceso de creer que sus votantes carecen del más elemental sentido común: ‘el bodegón del bienestar’, operada por Birmex, cuenta con una capacidad para almacenar hasta 286 millones de fármacos, tiene una superficie de 94 mil metros cuadrados, pero solamente 5 mil serán utilizados como depósito donde con mucho esfuerzo había 15 mil unidades el día de su inauguración.
Ya no hablemos de la logística que requiere llevar las mentadas medicinas desde Huehuetcoa hasta Tijuana, Salina Cruz o San Andrés Larrainza, incluyendo costosas cadenas de frío y una planeación concentrada que evite caducidades masivas; mejor hagamos tres simples preguntas:
¿Cuánto nos costó el chistecito? Mil 400 millones de pesos. ¿Solucionará el problema del desabasto en México? No necesitamos haber terminado la primaria para saber qué no. ¿Cuántas vidas nos costará que la Cuarta Transformación esté experimentando con la salud de los ciudadanos? Esperemos que no seamos parte de esa estadística.
Por Enrique Huerta