Fin de Sexenio

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Por Enrique Huerta

Uno de los síntomas más evidentes del desgaste crítico de la figura de Andrés Manuel López Obrador queda evidenciado en un hecho innegable: el arranque de la carrera por la oficina central de Palacio Nacional tres años antes de la sucesión presidencial. La aclamación del pasado primero de julio en el Auditorio Nacional, “presidenta, presidenta” dirigida a la persona de Claudia Sheinbaum, así como las rechiflas de la militancia que acompañaron el discurso de Mario Delgado, no sólo son una muestra contundente de fracciones contrapuestas incapaces de convertirse en un partido político institucionalizado; además son el origen de una fractura en el primer círculo del lopezobradorismo destinada a irse agravando con el ocaso del sexenio.

Si bien la pugna por la sucesión, atravesada por el desempeño gubernamental, es uno de los males cotidianos de la última recta de cualquier sexenio en cualquier sistema presidencial del continente; que este singular espectáculo ocurra a pocas semanas de la instalación de un cámara de gobierno dividido en San Lázaro es, citando a Marcelo Ebrad, uno de los delfines manchados por la ignominiosa tragedia de la Línea 12 del Metro, “un suicidio político” de grandes proporciones. Los pactos que el presidente deberá sostener con las bancadas del Verde y del PRI para asegurar el gasto social en el presupuesto -y el control de las carteras electorales que esto conlleva-, serán mucho más redituable para la oposición -otrora “moralmente derrotada”- que para Morena desde el poder: esos acercamientos legislativos, la sucesión desbocada acompañada de la incapacidad administrativa, así como las tensiones irreconciliables entre coaliciones locales vinculantes provocarán, en una mezcla fatídica, que las fracturas que ya existen al interior de la 4T no tarden en convertirse en un enorme boquete en las bases de apoyo y la estructura de movilización de Morena aún más espectacular que el socavón que los poblanos han dado fe en el municipio de Juan C. Bonilla.

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La pregunta es obligada: ¿Cuáles son los indicios que hasta el momento tenemos para abonar de veracidad a esta proyección? Tres por el momento: primero, un presidente amado por el 60 por ciento del electorado pero amonestado en su actuación como gobierno -6.7 es una calificación reprobatoria o por lo menos mediocre-; segundo, un mandatario que ha mentido –o incurrido en datos imprecisos- 56 mil veces en lo que va de Las Mañaneras de su gestión pero que tiene la necesidad de encargarle a una buena samaritana la tarea de exhibir casos de infodemia que, para colmo de males, ni siquiera están bien documentados dejando en ridículo al Gobierno de la República a cambio de mantener vivo el fervor de su base electoral; tercero, la responsabilidad asumida personalmente, “como no voy a ser responsable si soy el presidente de México”, por los muertos de la pandemia, el crecimiento estratosférico de homicidios dolosos y por la infamia del Metro arrojan; los tres factores en su conjunto, a un mandatario con el desgaste propio de fin de sexenio en la recta final de su primer trienio.