En 1991, hace poco más de 30 años, Albert O. Hirschman reformuló los esquemas de la elección racional, propios de la ciencia política norteamericana, para abordar la participación de elementos no racionales en el proceso político, tales como la perversidad o la futilidad.
Una de las tesis centrales de la obra que motiva el titulo de esta columna consiste en que “toda acción deliberada, para mejorar algún aspecto del orden político, social o económico, únicamente sirve para agudizar la situación que se desea remediar”.
Y efectivamente, una marcha “para defender la democracia”, convocada por los partidos opositores contra la Reforma Electoral presentada por el presidente Andrés Manuel López Obrador es “una acción deliberada” que, como aseguraba Hirschman, termina agravando la situación que intenta remediar sustituyendo el debate legislativo, propio de la representación interesada, por la consigna callejera: #ElINEnoseToca.
¿Por qué los partidos opositores optaron por salir a las calles de 63 ciudades del país para exigir que el organismo electoral se mantenga inmaculado cuando, en coalición legislativa, cuentan con el número suficiente de curules para frenar las reformas constitucionales propuestas por el Ejecutivo? Por un acto de perversa y frugal intransigencia.
La partidocracia opositora no tiene ninguna necesidad de levantar el polvo de las calles y, sin embargo, este domingo lo hicieron exhibiendo su profundo desprecio por los grandes problemas nacionales.
¿Acaso la violencia feminicida, las desapariciones forzadas, el sistema de salud pública devastado, los programas de bienestar diseñados para alimentar carteras electorales o el fracaso de la militarización como estrategia de seguridad no son motivos mucho más dignos y urgentes para tomar las calles y desafiar al régimen? Y, sin embargo, el silencio cómplice de la partidocracia ante su incapacidad técnica para combatir los males que han sido incapaces de resolver, contrasta con la gritería que colmó la plaza pública este domingo en defensa de un árbitro claramente comprometido.
Es muy fácil salir a las calles para salvaguardar el presupuesto público asignado a los partidos públicos y presentar dicha protesta, ante los ojos de ciudadanos incautos, como un espectáculo diseñado para defender la democracia.
¿Desde cuándo el PRI y toda su estirpe están facultados para proteger al INE, considerando todas las triquiñuelas protagonizadas por sus ex gobernadores? ¿Acaso Alejandro Moreno, aliado confeso de Morena en la militarización de la seguridad pública, está moralmente acreditado para defender los derechos y las garantías que requiere el ejercicio de toda democracia? O me va usted a decir que el panismo del tiempo presente, no el de Carlos Castillo Peraza, Manuel J. Clouthier o Gómez Morín; el de Felipe Calderón que le declaró la guerra al crimen organizado, ¿está autorizado para resguardar la autonomía del órgano electoral?
¿Qué habrá pensado “el ciudadano de a pie”, que no fue movilizado, que no está empadronado en ningún partido político, cuando se enteró que por un breve momento de su vida, su causa coincidió con los interese de Elba Esther Gordillo, Margarita Zavala, Vicente Fox, Claudio X. González y tantos otros impresentables? Seguramente lo mismo que los morenistas cuando salieron a las calles a votar para que juzgaran a los ex presidentes y, mire nada más, cuatro años después los señores que alguna vez protestaron “guardar y hacer guardar la Constitución” ante el Congreso de la Unión, andan tan impunes como de costumbre.
Por Enrique Huerta