México, sólo después de Brasil y Argentina, ha quedado instalado en el tercer sitio con mayor número de pruebas positivas de Covid-19 en América Latina: en los últimos 28 días, este país ha acumulado casi un millón de contagios oficialmente reconocidos, 927 mil 227 para ser precisos; mientras que las muertes registradas durante el mismo periodo ascendieron a 6 mil 237 a causa del virus que “inexplicablemente” surgió en Wuhan hace tres
años y aún sigue devastando al mundo –datos al corte del 30 de enero–.
No estamos presenciando ningún descenso en la incidencia, como aseguró el Dr. Muerte, alias Hugo López-Gatell; por el contrario, en México estamos atravesando el acmé de la 4ta ola de contagios de Covid-19.
En este escenario de alto riesgo sanitario el Instituto Politécnico Nacional (IPN), claramente desprovisto de sensatez elemental y del halo protector de la autonomía universitaria, decidió regresar este 31 de enero a sus 221 mil estudiantes a las aulas de 90 unidades académicas después de un receso virtual de 22 meses de pandemia. A diferencia de la barbarie del Poli; la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) mantendrá a la mayoría de sus 400 mil estudiantes, catedráticos y trabajadores en esquemas a distancia por las próximas cuatro semanas, dando el privilegio de la presencia a asignaturas de laboratorio y semestres avanzados.
Por su parte, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), por mucho la más cautelosa de todas las instituciones de educación superior del país, al día de hoy sólo está impartiendo en sus instalaciones un puñado de cátedras de la Facultad de Enfermería, la Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales, así como el Instituto de Física “Luis Rivera Terrazas”.
Quizá en esta ocasión resulte perfectamente compresible la ansiedad de los jóvenes universitarios pues, mientras sus semestres siguen avanzando, su formación universitaria continúa a expensas de su Wi-Fi. En mi columna de ContraRéplica Puebla, publicada el 19 de agosto de 2020, adelantaba con precisión la frustración del momento:
“Para un docente es relativamente fácil –si ha superado la brecha digital– impartir un curso de “Estadística aplicada a la gastronomía” a través de Zoom sin abrumar al alumno con tareas inútiles y una montaña de PDF’s interminables; pero ¿cómo hacer lo propio con una asignatura como “Servicio de comedor” a través de Blackboard? El reto de Gastronomía también lo enfrentan en Arquitectura: ¿cómo podrá estar seguro un estudiante que adquirió los saberes necesarios para el dominio de una materia como “Diseño práctico de concreto reforzado” sin la evaluación presencial de un catedrático? El fenómeno se repite en Electrónica, Ingeniería, Medicina y hasta en Artes: ¿imagine usted egresados que jamás pudieron entrar a un laboratorio pero que aprobaron Fisicoquímica III, Microbiología o Micología Veterinaria? ¿O peor aún, estudiantes de música que necesitaron practicar pero que carecen de piano en casa?”
El retorno responsable a las aulas, en cualquier Ciudad Universitaria que se mueva por la razón de la ciencia y no por los intereses de la política, será escalonado, priorizando las clases de laboratorio, saberes técnicos y conocimientos relacionadas con la transformación. Y sin embargo, que no canten victoria los foráneos: sin importar el programa de estudios 2/3 partes de las asignaturas teóricas no saldrán de las plataformas. La universidad presencial, mientras la pandemia exista, no dejará de ser virtual.
Por Enrique Huerta