La esquizofrenia de la plaza

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La plaza pública desboca fervor, oposición y protesta. La convulsión política que experimenta el país se expresa desde el clamor de las emociones. No hay ideas en ninguna parte, sólo aclamaciones o rechazos populares motivados por emociones colectivas cuidadosamente dirigidas.

Las pulsiones de las marchas son intensas, pero se desvanecen rápidamente. ¿Alguien recuerda la primera manifestación sobre Paseo de la Reforma que convocó la partidocracia opositora el pasado 13 de noviembre para defender a un árbitro claramente comprometido? Por aquellos días compartía con usted la siguiente reflexión: «¿Qué habrá pensado ‘el ciudadano de a pie’, que no fue movilizado, que no está empadronado en ningún partido político, cuando se enteró que por un breve momento de su vida, su causa coincidió con los intereses de Elba Esther Gordillo, Margarita Zavala, Vicente Fox, Claudio X. González y tantos otros impresentables?»

El monopolio de la plaza pública, en el bizarro México de principios de siglo XXI, equivale al dominio de la masa. López Obrador no iba a permitir que la afrenta del INE-PRIAN quedara impune: con toda la maquinaria del Estado convirtió a los gobernadores, senadores, diputados y presidentes municipales del oficialismo en acarreadores profesionales cuya única misión, a costa del presupuesto de todos los mexicanos, era lograr la ficción del consenso popular encarnado en la figura del AMLO-Pueblo. La fotografía que hizo internacionalmente célebre la marcha del 27 de noviembre, la misma que Andrés Manuel convocó para defender a Andrés Manuel del “bloque conservador”, no sólo eternizó el momento, sino que se convirtió en la mejor síntesis del sexenio.

En este duelo de vanidades, una oposición sin cabeza ha demostrado que es perfectamente capaz de lucrar con el descontento. Una vez más el PRIAN convocó a sus huestes a tomar la plaza el pasado 26 de febrero y enfrentar al régimen cara a cara. La revancha resultó un éxito rotundo que se replicó en más de 80 ciudades del país evidenciando que Va Por México ni siquiera necesitan un candidato, gracias a que todos los adversarios de Palacio Nacional están cohesionados a partir de la figura del anti-AMLO, es decir de un rechazo conmocional tan profundo como abstracto que ni siquiera necesita nombre ni apellido.

La situación ha forzado a López Obrador, el verbo encarnado de la transformación, a un round de sombra que está fuera del script de La Mañanera: un día el enemigo a vencer es “el bloque conservador” y al otro “los reaccionarios que quieren regresar por sus fueros”; en el fondo son lo mismo pero nadie en específico. ¿Cómo el cuerpo del caudillo podría pelear contra sombras y, sin embargo, salir invicto? Hasta el Rey Hamlet necesitó a su hijo para completar su venganza.

Como era de esperarse, aprovechando una conmemoración más de la expropiación petrolera, en un país plagado de estaciones de servicio de Shell, BP y Mobil, y sin la compañía de ningún miembro de la familia Cárdenas; AMLO otra vez salió a la plaza para afirmarse como el soberano del pueblo. En una teatralización sin precedentes en la historia de los presidencialismos recientes, se abrieron las puertas de un Palacio Virreinal para que los VIP de la transformación, cómodamente sentados y protegidos por vallas metálicas –para no mezclarse ni tener que oler a sus acarreados que tuvieron que venir de todas partes de la República porque Morena ya no tiene capacidad de movilización en CDMX– escucharan al Quijote de la 4T que está luchando contra 30 o 40 –millones– de “molinos de viento” que, sin ser gigantes, parecen electores.

Por Enrique Huerta