La emboscada

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Que nadie se dé por sorprendido, al menos no aquí, en ContraRéplica Puebla. Desde el pasado 5 de julio lancé una proyección que ha seguido su curso escrupuloso:

“¿Cuál es el destino final de toda corcholata? El destape o el reciclaje. Según los humores que transcurren al interior de Palacio Nacional ya es obvio quién será el precandidato destapado: el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. No sólo lleva la sangre del caudillo en las venas, sino que es el único de todas las opciones que tiene Andrés Manuel sobre la mesa que asegura la continuidad del proyecto lopezobradorista; cuenta además con la plena confianza de las fuerzas armadas, y con el protagonismo que el Ejército Mexicano ha adquirido en los tiempos de la 4T, ese respaldo pesa más que los sufragios de 92 millones de electores inscritos en el listado nominal; pronto –después de los comicios del Estado de México y Coahuila–, Adán Augusto presumirá una fuerte alianza con gobernadores clave, serán ellos –como en los buenos tiempos del PRI– quienes le abrirán paso en su camino a la Presidencia de la República, previo a la encuesta de Morena que confirmará lo que para entonces será tan claro como el agua”.

Prácticamente dos meses han transcurrido desde entonces y la realidad en Puebla, y en el resto del país, se impone. La estrategia poco a poco emerge a la luz pública: en aquellas entidades donde el titular de la Segob no logra negociar con los gobernadores, busca imponer un candidato a la hechura de sus aspiraciones. Desde luego, la mano metida del responsable de la gobernabilidad nacional en la contienda interna de los corcholatas locales es, en primer instancia, una emboscada a la militancia.

Insisto, que nadie se dé por sorprendido. ¿Qué puede significar el control de un Comité Ejecutivo Estatal en un instituto político que es una ficción estadística más allá de la carne y hueso de López Obrador? Si algo nos ha enseñado la literatura dedicada al estudio de los partidos políticos, desde las preocupaciones de Robert Michels, propias de la antesala de la República de Weimar, hasta la partidocracia decadente que padecemos; en esa gran biblioteca del desarrollo político del siglo XX el mensaje siempre ha sido el mismo: los partidos son oligarquías, maquinarias férreas de movilización y liderazgo donde los militantes, lejos de actuar como verdaderos electores, son “la carne de cañón” de coaliciones vinculantes que intentan, con arcanas populares, legitimar decisiones tomadas autocráticamente.

¿O acaso usted realmente cree que las encuestas internas donde arrasó la precandidatura de Delfina Gómez a la gubernatura del Estado de México por Regeneración Nacional, soportan la fiabilidad de la estadística inferencial o las técnicas más estrictas de los estudios demoscópicos?

En Morena la consulta a las bases son un eufemismo para hablar de una misma cosa: la decisión de la élite nacional y sus aliados por encima de la voluntad de la militancia; mientras que la encuesta interna, en la práctica, se ha consagrado como la forma más pura de la “dedocracia” presidencial en pleno siglo XXI.

Con o sin Fernández Noroña, verdadero “experto en crear unidad”, como coordinador de campaña de cualquier advenedizo oportunista; con o sin el apoyo de Mario Delgado, presidente del Comité Ejecutivo Nacional de Morena; con o sin el triunfo de la precandidatura de Adán Augusto López; el problema está intacto y sigue su curso: ¿Quién ganará la justa interna por la gubernatura de Morena en Puebla? No me refiero al tumulto de figuras y figurines, sino a los grupos que los soportan: ¿la militancia vernácula o la élite nacional? Más temprano que tarde lo sabremos.

Por Enrique Huerta