«No vamos a pedir la cancelación del Tren Maya por los casos asociados a la corrupción, eso sería absurdo, lo que ya hicimos es esta denuncia formalmente para que se investigue a los siguientes personajes: los hijos, sobrinos y amigos del presidente»
Xóchitl Gálvez
En un acto de campaña francamente arriesgado, la candidata presidencial de ‘Fuerza y Corazón por México’ presentó una denuncia formal ante la Fiscalía Anticorrupción contra los hijos de Andrés Manuel López Obrador, y un supuesto clan que ha hecho posibles asignaciones directas por millones de pesos en balasto de cuestionable calidad para el Tren Maya, una obra con un sobrecosto astronómico que ha estafado a los contribuyentes con cerca de 500 mil millones de pesos.
Pero, ¿por qué podría ser contraproducente la estrategia si la denuncia dormirá el sueño de los justos durante los 189 días que le restan al sexenio de la 4T? Amílcar Olán, amigo de los hijos del presidente López Obrador; los hermanos Pedro y Ostelin Salazar Beltrán, sobrinos del mandatario; así como Daniel Asaf, jefe de la ayudantía; no sólo son la punta del iceberg de la corrupción del Tren Maya, también la puerta de entrada a aguas más profundas y oscuras donde se encuentran los divisionarios de la Nación.
Hablando de preferencia efectiva, ¿con cuántos puntos Gálvez podrá capitalizar su enfrentamiento directo con el clan familiar del presidente? Quizá un par de puntos porcentuales, en el mejor de los escenarios. Y, sin embargo, la primera advertencia de que habrá “carecería de brujas” durante el próximo sexenio, de ganar Xóchitl Gálvez, acaba de ser lanzada para escaso beneplácito del “pueblo uniformado” involucrado en el jugoso negocio de las adjudicaciones directas de la transformación.
Como si los astros se hubieran alineado, casi al mismo tiempo en que la candidata de la oposición estaba presentando su denuncia ante la Fiscalía Anticorrupción, el Tren Maya se estaba descarrilando cerca de la estación Tixkokob, en el Tramo 3, a una velocidad que no rebasaba los 80 kilómetros por hora. Quizá valdría la pena recuperar un párrafo de mi columna “La sonrisa de don Porfirio”, publicada el pasado 18 de diciembre en el contexto de la inauguración del artefacto que costó la vida de 7 millones de árboles en la península de Yucatán:
«Como si se tratara de una maldición que acompaña a la 4T en todo lo que emprende: la realidad se abrió camino con la fuerza del escarnio. ‘Y es de que’ un menú que pareciera diseñado por un alumno disléxico de secundaria, repleto de comida que siempre se sirve congelada, fue una simple anécdota frente al resto de la catástrofe. Para viajar en el Tren Maya, de San Francisco-Campeche al aeropuerto de Cancún, los usuarios deben disponer de 9 horas y media en virtud de dos razones centrales: la primera era previsible y tiene que ver con que en algunos tramos la locomotora, todavía impulsada por diesel como si se tratara de una obra del sexenio de Luis Echeverría, no supera los 45 km por hora a causa de la cimentación del terreno –no olvidemos que en algunas partes se montaron los rieles en inmediaciones de cenotes–, alcanzando una velocidad máxima de 110 km; la segunda es de antología, y se debe a que los cambios en las vías, lejos de ser automatizados, son manuales como en tiempos de Pancho Villa».
Pobre México, tan lejos de la dignidad y tan cerca de las vergüenzas de la 4T.