¿Cómo fue posible que el IEPS, el llamado Impuesto Especial a la Producción y Servicios, este 2022 pasó de 3.33 a 7.36 por ciento, homologado con respecto a la proyección inflacionaria del Banco de México, mientras que el precio de la gasolina no ha mantenido ningún incremento significativo durante los primeros días del año que comienza? Como si se tratara de un conejo en la chistera, hay truco al más puro estilo del asistencialismo tan descaradamente neoliberal que caracteriza la política económica de la 4T:
Al cuarto para las doce del pasado 31 de diciembre, mientras los deseos de un feliz año se entremezclaban con las tradicionales uvas, el conteo de las campanadas y los abrazos-Covid; el Diario Oficial de la Federación hacía la magia posible: a través de un acuerdo vigente de la semana que corre del 1º al día 7 del mes en curso, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) aumentó $1.02 pesos el estimulo fiscal por cada litro de gasolina Premium despachado en las gaseras de todo el país, quedando en $1.41 pesos y, en consecuencia, fijando artificialmente el precio por debajo de los $23 pesos por litro. El caso de la gasolina Magna fue aún más dramático: el subsidio al IEPS asciende a $3.26 pesos por litro, fluctuando simuladamente el precio final al consumidor por debajo de los $20.80 pesos.
Una medida tan paliativa como desesperadamente populista, recordemos uno de los principales caballitos de Troya de la maratónica campaña presidencial lopezobradorista: “vamos a bajar desde el primero de diciembre el precio de las gasolinas, del diésel, del gas y de la luz (…) si ya estuviésemos en el gobierno, si Morena estuviese gobernando México en estos momentos la gasolina no costaría $14 pesos por litro; costaría, cuando mucho, $10 pesos el litro”. El firme compromiso del candidato terminó en el panteón de los sueños rotos de una secta de fanáticos tan admirablemente adoctrinados como asombrosamente esperanzados; y sin embargo, valdría la pena hacernos una simple pregunta: ¿por qué el gobierno “cuenta chiles” para las vacunas a los menores de 12 años o de los anaqueles con permanente desabasto de medicamentos en el sector salud terminó siendo, a pesar del discurso de la austeridad republicana, “el rey mago de los regalos caros” cuando de subsidiar el precio de la gasolina se trata? La respuesta es tan patética como verídica: para cuidar la investidura presidencial.
Muchos, en defensa del régimen, dirán que detrás del subsidio no hay ninguna chistera sino una medida técnica para controlar la vorágine inflacionaria de una cuesta de enero que se espera complicada como pocas. Quizá tengan razón; no obstante, les pregunto: ¿por cuánto tiempo Hacienda podrá mantener “el velo de la ignorancia” sobre el incauto consumidor de gasolina? Y quizá aún más importante: ¿a costa del recorte presupuestal de qué otros programas de desarrollo? Irremediablemente lo sabremos.
Por Enrique Huerta