El título de esta columna no alude al bonito carrusel, de corte veneciano, que montaron la semana pasada en el Parque Lineal de la Zona de Angelópolis donde también será reinstalada la Estrella de Puebla completamente remasterizada; por el contrario, quiero utilizar el término en un sentido completamente metafórico para referirme al formato que impera en los debates, de todos los órdenes de gobierno, que están organizados por los institutos electorales y que son transmitidos con recursos públicos.
En principio tendríamos que plantearnos una pregunta necesaria: ¿por qué los candidatos sólo debaten cuándo se sienten obligados por el árbitro electoral? La respuesta exhibe una de las más grandes debilidades de nuestra democracia, cada vez más dependiente del templete, del acarreo y de la propaganda.
Veamos el caso del segundo “Debate Chilango”, así bautizado en redes sociales: gracias al formato, para nada acartonado, la pobre Clara Brugada no salía del “cartel inmobiliario” mientras se vio empequeñecida por un Santiago Taboada histriónico y un Salomón Chertorivski congruente y contundente. El desempeño de la candidata oficialista fue tan mediocre que ya más de uno en Morena prevé una alternancia opositora en la Ciudad de México.
La situación local también resulta paradigmática. Esta semana arrancó la agenda política de la entidad con un foro titulado “Diálogos Circulares por la Democracia”, organizado por la Universidad Iberoamericana donde Fernando Morales y Eduardo Rivera estuvieron en horas distintas enfrentando los cuestionamientos de los estudiantes; casi al mismo tiempo Alejandro Armenta compartió sus propuestas en el Salón Barroco del Edificio Carolino, ante el cálido recibimiento del Consejo Universitario: «regresa a su casa, señor candidato. La BUAP es su casa y lo recibe con mucho orgullo», expresó la rectora Lilia Cedillo Ramírez. Y, sin embargo, las tres notas pasaron inadvertidas porque los aspirantes no se movieron de la zona de confort de su propaganda, presentándose ante audiencias cautivas o, en el peor de los casos, controladas.
¿En verdad es tan difícil cuadrar las agendas para que los tres contendientes a la gubernatura de Puebla coincidan, por convicción y no por obligación, en un mismo espacio con el afán de contrastar sus proyectos de gobierno? ¿Por qué los ciudadanos debemos esperar hasta el próximo 12 de mayo para que Armenta, Morales y Rivera debatan sobre el mejor rumbo para Puebla? ¿Por qué sí hay debates entre voceros en los medios de comunicación, pero de ninguna manera entre los candidatos en cuestión?
Y para colmo de males, cuando ocurren estos mentados ejercicios se limitan carruseles de cápsulas propagandísticas sin la más mínima intervención del moderador, reducido por la fuerza de un formato retrógrada a presentador de ocasión. Algún día en este país tendremos los debates que los ciudadanos merecemos en sustitución de tanta zalamería, que goza de tan buena salud hoy en día.