Tumulto y Mitote

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Por Enrique Huerta

Susana Distancia no está por ningún sitio: se dice que se le ha visto bronceándose en las playas de Zipolite, otros aseguran que recorre sin cubrebocas los cafés de la Condesa; lo cierto es que fue incapaz, justo como la inmensa mayoría de los mexicanos, de cumplir algo tan simple y desinteresado como el #QuédateEnCasa esta Semana Santa.

¿Dónde quedó ese pueblo que reaccionaba con solidaridad frente a las víctimas de terremotos y huracanes?

¿Dónde están aquellos mexicanos que después de haber llorado frente a la pantalla chica, junto con los artistas del momento, se desprendían de lo poco o mucho que tenían para ayudar a un niño en situación de discapacidad? ¿Qué pasó con los cientos de miles de estudiantes universitarios que recientemente han expropiado calles y planteles para luchar por la dignidad de una causa justa? ¿Qué queda de la defensa vital de aquellos colectivos y activistas, un día después de la espectacular protesta, de la sororidad de la historia de Instagram y del grafiti de coyuntura?

Realmente sabemos muy poco sobre el paradero de todos ellos: algunos los vieron saboteando el aforo mínimo permitido en las corridas de las centrales camioneras; otros hicieron de los pasillos de los aeropuertos pasarelas de cubrebocas donde la indolencia era la única tendencia; el resto, a falta de playas escaparon a las cascadas, albercas y hasta fuentes saltarinas más cercanas en busca de un poco de diversión con exceso de saturación; los menos, en aparente acto de contrición, por obra y gracia de la tradición convirtieron los mercados de pescados y mariscos en un sentido y provinciano homenaje a Wuhan. En suma, andan por todos lados porque ninguno se atreve a salir del tumulto y del mitote para estar consigo mismo y cuidar de los suyos.

Y mientras el Covid-19 viaja en clase turista, poco a poco la mortalidad en México revela sus verdaderas cifras: más de 300 mil mexicanos, oficialmente reconocidos, han dejado de estar entre los vivos a lo largo de 13 meses de pandemia; la Campaña Nacional de Vacunación, con un avance mucho menor al 6 por ciento proyectado, convierte el simple deseo de una vacación en una decisión de alto riesgo.

Quizá la ocasión amerite para preguntarnos, ¿qué hemos hecho como individuos frente a la más terrible crisis sanitaria de nuestra historia? Respuesta inmediata: no nos perdernos bodas y bautizos con extraños incluidos; asistimos a fiestas y reuniones para, al calor de los alcoholes, posar para la Selfie sin cubrebocas y sin vergüenza; por ningún motivo nos perdemos el departo de caguamas con el compadre después de la cascarita de los domingos por la tarde; en una palabra hemos abolido la sana distancia en las filas de vacunación, en las campañas políticas, en los centros comerciales y hasta en la tiendita de la esquina para, acto seguido, declararnos en rebeldía frente a más de 2 millones de contagios que han atravesado los cuerpos de nuestros conocidos, compañeros de trabajo, amigos, familiares, parejas, y hasta de uno mismo. ¿En verdad hemos sido tan frágiles y miserables como para permanecer en el tumulto por mero impulso lúdico?

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