Por Enrique Huerta
En mi columna publicada en Diario ContraRéplica, el pasado 8 de diciembre afirmaba con el tono de costumbre:
“Ciertamente se han hecho gestiones de compra por 77 millones de vacunas con AstraZéneca y por 33 millones de dosis con Cansino Biologics y, sin embargo, cuando lleguen a México será demasiado tarde para miles de familias que estarán de luto a causa de la decidida intención del Gobierno de la República de monitorear en lugar de controlar una pandemia”.
La afirmación de ningún modo fue exagerada. Desde entonces a la fecha se han acumulado un millón 3 mil 905 contagios, en promedio cerca de 9 mil 652 infecciones cada 24 horas; por su parte, los decesos que se han agregado han convertido al sistema de salud pública en una enorme fábrica de cadáveres: 840 defunciones en promedio cada vez que se pone el sol en México. No hemos dado un solo paso fuera de la catástrofe, la emergencia sanitaria bien valdría una reunión entre el presidente y los gobernadores para “cortarle la cabeza al Dr. Muerte” e impulsar una verdadera estrategia de contención de la pandemia; desde luego estamos a años luz de la dignidad de Noruega y la flamante foto de ayer de Palacio Nacional lo confirma, sólo fue para asegurar elecciones sin intromisiones de los gobernadores.
¿Alguna vez se había imaginado un país tan soez que le importara más el resultado de las urnas que las vidas de sus votantes? No necesita fraguarlo, vive usted en él. ¿De otro modo cómo explicaría el anuncio de López Obrador sobre el aumento progresivo de la pensión universal para los adultos mayores que en los próximos meses podría ser efectivo para todos aquellos que cuenten con 65 años de sobrevivencia? Sobre el tema, la pregunta de cualquier tecnócrata –“fifí-conservador”, en la neolengua del régimen- sería predecible: ¿por cuánto tiempo, antes de verse reflejado en el aumento sostenido de la inflación, la carga fiscal podrá soportar más subsidios a la miseria sin reducción alguna de la pobreza? Una cosa tan simple como esa, junto con el más mínimo parámetro de buen gobierno, están desacreditados por una aventura populista que nos está llevando directo y sin escalas a los vicios de los años 70 pero sin ninguno de sus beneficios.
Mientras la gerontocracia del régimen “vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida” –como cantaría Chavela Vargas-, a tres meses de haber comenzado la Campaña Nacional de Vacunación los adultos mayores del país repiten a coro las mismas preguntas: “¿cuándo llegará la vacuna a mi ciudad?, ¿cuándo me llamarán para ponerme la segunda dosis?, ¿a partir de cuándo nos van a aumentar el apoyo de la secretaría de Bienestar?” Aún no hay respuestas; lo único que puedo decirles es que la 4T con muchos esfuerzos y hasta “pidiendo fiado” ha logrado inocular a cerca de 4 millones de adultos mayores, pero únicamente 119 mil cuentan con las segunda dosis que proyectaron las farmacéuticas para la inmunidad deseada; sólo en caso de que Pasteur y Pitágoras estén en lo correcto, si los 11 millones de ancianos venerables restantes no están vacunados en las próximas semanas, difícilmente cobrarán los 6 mil pesos bimestrales prometidos para 2024.