Por Enrique Huerta
Hagamos un poco de memoria, intentemos recordar el estado de la pandemia en México a finales de la segunda quincena de marzo de 2020. En mi columna de ContraRéplica del 1º de Abril de ese mismo año, le comentaba lo siguiente:
“La Secretaría de Educación Pública desde el 20 marzo y hasta el 30 de abril próximo decidió suspender clases, las universidades e institutos tecnológicos replicaron la medida. Esto implicó en términos prácticos mandar a casa a 32.5 millones de estudiantes junto con más de 1 millón y medio de profesores”.
Aquella tarde de 20 de marzo, en la conferencia vespertina desde Palacio Nacional, la Secretaría de Salud reconocía 203 casos acumulados y un par de defunciones asociadas al Covid-19. La tasa de letalidad era de 0.98 por ciento; muy pocos entonces nos atrevimos a advertir la catástrofe y, sin embargo, ninguno teníamos idea sobre la voracidad de la tragedia: corre el 26 de mayo de 2021, prácticamente han pasado cinco trimestres desde que los estudiantes de todos los niveles educativos abandonaron las aulas, oficialmente se habla de 221 mil 695 defunciones y 2 millones 397 mil 307 contagios acumulados –al corte de este lunes-, con una tasa de letalidad del 9.24 por ciento.
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Desde luego esas son las estadísticas que el gobierno de la 4T defenderá hasta sus últimas consecuencias. La realidad, en cambio, resulta ser mucho más escalofriante: en quince meses de pandemia el Covid-19 alcanzó entre 40 y 65 por ciento de la población arrojando más de 600 mil defunciones acumuladas –datos del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington-. Claramente si el país hoy está pintado de verde en el Semáforo Epidemiológico no es por las más de 26 millones de dosis que se han inoculado en una Campaña Nacional de Vacunación que sólo ha inmunizado al 9.3 por ciento de la población en cinco meses de desastres logísticos y abusos propagandísticos innumerables; por el contrario, aquello que nos ha permitido retomar con mayor tranquilidad nuestra vida productiva, y próximamente hará factible el retorno a las aulas desde jardines de niños hasta posgrados, han sido los funerales de más de medio millón de familias que tuvieron que enterrar a sus muertos a causa de una estrategia genocida que le apostó, desde el primer momento, a lo que hoy con todas sus letras le llaman “inmunidad natural de rebaño” pero que en marzo de 2020 ni siquiera López-Gatell se atrevía a llamarle de ese modo; en aquellos días se hablaba de la “Jornada Nacional de Sana Distancia”.
“Haiga sido como haiga sido”, y atendiendo razones estrictamente electorales, el personal educativo de 30 entidades federativas, cerca de 2 millones y medio de mexicanos, está siendo inmunizado contra el Covid-19. ¿Estarán conscientes los señores profesores del privilegio que representa recibir el biológico con semanas e incluso meses de anticipación al Calendario Nacional de Vacunación? ¿Serán capaces los maestros del SNTE y de la aguerrida Coordinadora de mostrar su agradecimiento a las instituciones de la República, no sólo en las urnas, sino a través de su desempeño frente a grupo? Ojalá… por el bien de los alumnos que intentarán aprender sin vacuna pero con cubrebocas y, con un poco de suerte, hasta con gel antibacterial del bueno.