Por Patricia Estrada
“Con esta pastillita usted hará que no se aviente por la ventana”, así de cruel fue la expresión de un médico general cuando Marcela (no es su nombre real) atravesaba la peor crisis de su vida; 6 meses de depresión postparto de su primer hijo.
Fueron 180 días de peligro inminente, de refugiarse en Dios, de estar alerta durante el día y la noche, sin poder alcanzar el sueño profundo, rechazar a su hija y tener ideas suicidas.
Entré en contacto con ella luego de que en mi cuenta de Facebook subí el video de la persona que intentó suicidarse en San Bartolo y me escribió que esos videos son perjudiciales para quienes sufren trastorno depresivo mayor. Le ofrecí una disculpa y lo bajé de mis redes.
Marcela tenía 30 años de edad cuando quedó embarazada en un momento de éxito profesional “tal vez me pasó porque en mi soltería me sentía dueña del mundo y no fue un embarazo planeado, ya sabes te bombardean con esas ideas de que un bebé te iba a estorbar”.
La depresión fue devastadora y aunque no atentó contra su vida pensaba en subir a la azotea de su edificio o aventarse en una carretera para ser atropellada. Varias noches leía la biblia y se tiraba al piso. Fue entonces que recuerda “Jesús se arrodilló junto a mí y me dijo estoy contigo”, una manera inexplicable de volver a encontrar motivación.
En todo este rompecabezas, su esposo fue fundamental para que no cayera en el pozo de la depresión, la ayudaba a peinarse, arreglarse, con su bebé y además cumplía con su trabajo. (No cabe duda de que el mundo es un pañuelo y cuando terminamos la conversación telefónica de casi una hora me di cuenta de que tuve la fortuna de trabajar con él, hoy lo admiro más).
Marcela considera complicado que la familia y la sociedad entiendan las enfermedades mentales porque a estas personas no les falta un brazo o tienen un mal cardiaco que puede atenderse rápidamente, sino es perder la chispa por vivir, la alegría de estar con los demás, de convivir con tus hijos, ir de compras, etc…
Gracias a los buenos médicos en el Batán y de forma privada, a su rutina de ejercicios y a su familia ha logrado controlar sus emociones y pensamientos. Hoy, a sus 37 años de edad, con dos niños y junto a su marido se siente mucho mejor. No se dejará vencer a pesar del confinamiento y de las circunstancias de la vida. Tiene mayor fuerza interna para seguir adelante porque tiene claro un objetivo “no le vuelve a pasar”.